< las mujeres de la indeendencia

Cuenta la historiadora Marina Lamus que la andaluza María de los Remedios Aguilar, conocida por los santafereños como La Zebollino o La Cebollino, cantó un par de veces en el coliseo Ramírez (posterior Teatro Colón) y esto fue suficiente para que su arte, gracia y belleza quedaran grabadas en quienes la vieron y escucharon. Y como suele ocurrir con las divas de antaño, su historia se confunde con la fábula. María de los Remedios llegó a la Nueva Granada a finales del siglo XVIII con su esposo, el ingeniero Eleuterio Zebollino, teniente coronel, y con su hermano Francisco de Paula Aguilar, quien se casaría posteriormente con Teresa Suárez en Santa Fe. Los primeros cronistas del teatro bogotano coinciden en las cualidades artísticas y en la belleza de La Zebollino.

Juan Francisco Ortiz escribió: “Sea porque los recuerdos de la juventud son tan agradables, o por cualquier otro motivo, lo cierto es que los que conocieron a La Zebollino pretenden que en materia de canto no se ha oído hasta la fecha nada comparable a las tonadillas y canciones de la agraciada andaluza”. José Vicente Ortega Ricaurte escribe que ella era una “mujer de muchas gracias, alta y delgada, hermosísimos ojos azules, cabellera rubia, blanquísima tez y perfecta en sus formas”.

A Luis A. Cuervo perteneció la miniatura dibujada por el pintor granadino José Pío Domínguez de La Zebollino, elaborada sobre marfil, y que en la actualidad forma parte de la colección de la Biblioteca Nacional. Cuervo le comentó a Ortega Ricaurte que los cronistas se volvían “lenguas al ponderar el donaire de la agraciada andaluza”, y afirmaban que “jamás se oyó una voz más dulce en el coliseo de Santa Fe”.

La pareja Zebollino regresó a España poco antes de los acontecimientos de 1810 y, según cuenta Juan Francisco Ortiz, un día de revuelta política en España “tuvo la imprudencia de asomarse a los balcones de su casa a poner una bandera” para apoyar a sus copartidarios y “un disparo de aquellos acoquinados batalladores arrebató a La Zebollino su preciosa dentadura. La bala le lastimó las mejillas y destrozó aquel envidiado cerco de perlas, desfigurándola para toda la vida”.>