Arribó a Bogotá con su esposo, el virrey don Antonio Amar y Borbón, en1803. Aragonesa, hija de don Eugenio Villanova, éste sufragó de su propio peculio el traslado de la pareja al Nuevo Reino de Granada. Al llegar, fueron festejados con honores. El poeta José María Salazar le cantó: “Y tú, amable Francisca,/ venerada, de Villanueva (sic),/ timbre esclarecido,/ del venturoso amor prenda adorada/ y de virtud ejemplo el más subido,/ tú serás de nosotros respetada,/ tu ilustre nombre no verá el olvido,/ antes por el contrario,/ tu memoria será eterna/ en los fastos de la historia”.
Sin embargo, sus actos terminarían por convertirla en un ser odiado y malquerido. Aunque su círculo de amistades incluía a algunos de los que liderarían los hechos del 20 de julio, no se granjeó la simpatía de los santafereños. El historiador José Manuel Restrepo dice que ella dominaba a su marido, influía en la provisión de empleos y manifestaba un amor excesivo por el dinero: “si Amar hubiera tenido el carácter firme de su esposa, difícilmente se habría hecho la revolución”, fue una opinión popular entre los escritores de la República. Fue acusada de avaricia, pecado grave en una Virreina: “Suyas eran las mejores tiendas de comercio, suyas las pulperías, suyo, en fin, el mercado de la ciudad, en el que revendían los víveres y las frutas”, dice el historiador Pereira Gamba. “Fue una mujer frívola, liviana, amiga de que la adularan y, por añadidura, joven. Una María Antonieta para este pequeño Nuevo Reino de Granada”. El odio y resentimiento, especialmente entre las mujeres del bajo pueblo, se hizo evidente cuando la condujeron a la Cárcel del Divorcio. Dice el cronista Caballero que “como a las cinco y media la sacaron del convento y, aunque la iban custodiando algunos clérigos y personas de autoridad, no le valió, pues por debajo se metían las mujeres y le rasgaron la saya y el manto, de suerte que se vio en bastante riesgo, porque como las mujeres, y más atumultadas, no guardan ningún respeto, fue milagro que llegase viva a El Divorcio. Las insolencias que le decían eran para tapar oídos”. Días después, el 15 de agosto de 1810, María Francisca Villanova y su esposo partieron rumbo a su patria. >